A pesar de la movilización oficial, a pesar del llenado previo de las urnas y a pesar de que por primera vez los votos no se contaron en las casillas por los ciudadanos, garantes de la legalidad de los procesos electorales, la participación llegó apenas al 13 por ciento, con un 23 por ciento de boletas nulas o anuladas. Curiosamente, el reporte final resultó en el porcentaje que pregonó Claudia Sheinbaum antes de que siquiera se iniciaran los cómputos. ¿Alguien duda todavía de su “rigor científico”?
La discusión que otorgó validez al proceso fue dividida y fue el voto de Carla Humphrey, la consejera cuya fastuosa boda en Guatemala le costara la chamba a su esposo, Santiago Nieto. Este, otrora poderoso zar antilavado de dinero y colaborador cercano de López Obrador en la persecución de lo que llamaba adversarios el entonces presidente, encarna el perfil del nuevo grupo en el poder.
No parecen venir mejores tiempos en el poder judicial antes acusado de corrupción y hoy poblado por figuras imbuidas de rencor, ávidas de revancha contra las élites que gobernaron el México reciente y contra los «conservadores» que solo ellas identifican. Los nuevos cruzados contra los «traidores al pueblo».
Afortunadamente para Sheinbaum, las masivas protestas contra Trump en Estados Unidos han opacado mediáticamente el desastre de la elección judicial, cuya legitimidad es más que frágil. Pero en una ironía del destino, su asistencia como invitada a la Cumbre del G7 en Canadá no le permitirá exponer su agenda al presidente norteamericano quién abandonó la reunión prematuramente, ahorrándonos así una mañanera plagada de retórica hueca sobre soberanía. Esa supuesta defensa de la autodeterminación frente al vecino, mientras el país se desangra por la violencia criminal y la narcopolítica.
La historia de la relación entre México y los Estados Unidos demuestra que la confrontación o la sumisión acrítica son callejones sin salida. El gobierno de Sheinbaum, al refugiarse en una soberanía retórica que no aborda las causas internas de nuestra vulnerabilidad como país como son la enorme corrupción, el control de buena parte del país por la delincuencia, una asfixiante dependencia económica y una débil —por no decir inexistente— gestión migratoria y por la incapacidad para construir puentes funcionales con Washington–, condena la relación a un perpetuo modo reactivo, nunca proactivo.
El proyecto de México Nuevo Paz y Futuro, partido político en construcción, plantea reconocer la interdependencia como realidad geopolítica ineludible; asumir con valentía nuestras responsabilidades internas, para fortalecer la posición negociadora; usar la diplomacia profesional —hoy prácticamente evaporada— como antídoto contra la volatilidad política y convertir los temas conflictivos como la migración o la seguridad en oportunidades de cooperación estructurada con beneficios claros para ambas partes.
Solo así se construirá una relación estable y madura, capaz de resistir los embates de figuras como Trump y convertir la vecindad en una palanca para el desarrollo de México. La soberanía no se defiende solo con discursos, sino con instituciones fuertes, una economía diversificada y competitiva y una diplomacia ágil basada en méritos técnicos, no en la lealtad a la «cuarta transformación» que hoy coloniza el servicio exterior.
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